Sección Ventana al alba: Hogar dulce hogar


Ilustradora: Yanina Badano

Por María del Carmen Sosa Sierra
En este día le damos la bienvenida a esta nueva sección dentro de María Publishing, Venta al Alba, la cual es una sección con la que se pretende compartir fragmentos, párrafos o cuentos enteros de aquellos autores que gentilmente deseen participar en el proyecto cultural y literario de María Publishing.

Para esta ocasión contamos con la colaboración de la escritora argentina, Valeria Badano, de quien presentamos una entrevista en abril de este año y no nos sorprende la versatilidad y la dulzura de Valeria para expresar con cariño, las bondades del hogar y la fortaleza proveniente de los lazos familiares. Sin duda, Valeria es una artista para saber contar historias para chicos y usar los recursos de la literatura para hacer volar la imaginación acerca del valor de un buen hogar y la profundidad de los lazos familiares... En fin, todo un cuento y muchos significados que llegan al corazón de los niños y de los hombres en general de todos los tiempos, porque las mejores cosas, casi siempre nos esperan en casa.

A continuación Hogar Dulce Hogar, publicado por “a la hora de la siesta" (2012), Enigma ediciones, Buenos Aires, Argentina. Las ilustraciones están a cargo de Yanina Badano, hermana de Valeria, quien recrea magistralmente los personajes de este cuento.

Hogar dulce hogar 



Valeria Badano 
 Hace poco nació en el monte un murciélago. Los murciélagos duermen colgados con sus garritas de las ramas de los árboles, con la cabeza para abajo y se envuelven –especie de bichocanasto- en sus propias alas que son más grandes que todo el cuerpo. La mamá murciélago quiere que su hijo tenga un hogar mejor, más cómodo. Quiere una casita, quiere un jardín con hamaca, quiere ventanas con flores. Quiere que su hijito duerma en una cunita. Por eso una mañana, apenas salido el sol, le puso unos anteojos negros sobre sus ojitos desacostumbrados a la claridad, y lo mandó a buscar una casita como la gente, ¡un verdadero hogar!

El murciélago cruzó al árbol vecino y le preguntó a la paloma que estaba anidando cómo era vivir en una casita de paja y plumas.

-Si querés, probá- lo invitó la paloma. Ella le prestó su nido por unos días y se fue de vacaciones.

La casita era de paja y hojas secas y pinchaba el cuerpo de terciopelo negro del murciélago. Era tan redonda y cerradita que el murciélago no podía acomodar su cabeza hacia abajo. Durmió tan mal que terminó mareado. Y se fue a buscar otra casa.

Decidió bajar a la tierra y hacerse de nuevos amigos. A los tumbos, medio saltando medio volando, anduvo por la tierra. Aquí se encontró con el caracol.

¡Qué cómodo!- dijo el murciélago señalando la casa marrón que se recostaba sin pena y sin gloria sobre el cuerpito gelatinoso del caracol. -¡La casa siempre con uno, así nunca se extraña!

Semejante exclamación y asombro le pareció al caracol que era un pedido así que sin perder demasiado tiempo le dijo al pequeño sorprendido:

-Si querés, probá- Y el caracol estiró su cuerpo, abandonó su casa y desnudo como estaba se tomó unas vacaciones.

El murciélago se las ingenió para plegar amorosamente sus alas. Las dobló como unas sábanas antiguas y queridas y después, practicó algunas contorsiones para, finalmente, replegarse, acaracolarse dentro de la pequeña casita.

-¡Ésta sí que es una casa acogedora! Parece que mi mamá me estuviera abrazando ahora mismo. Casi casi llora pensando en lo mucho que extrañaba el abrazo tibio de su mamá. Pero pensó qué contenta se pondría cuando él le contara que por fin había encontrado la casita ideal, el hogar perfecto, como el que ella soñaba para él. Y se durmió.

Era todavía de noche y como era su costumbre quiso volar en la oscuridad: tenía hambre y allí, cobijado en esa laberíntica casa no había encontrado nada para comer. ¿Cobijado?... ¡Encerrado! Así fue como se sintió ante los frustrados intentos para salir de su casa. Estaba atascado, atrapado en las infinitas vueltas de la casa del caracol. Su cuerpo de tan apretado se había hinchado tanto que parecía un zapato de payaso. Lloró y se enojó y rodó por la tierra humedecida por el rocío de la noche. Ahora era una pelota que giraba con destino incierto. Todo le daba vueltas y él, aunque acostumbrado a estar con la cabeza hacia abajo, estaba tan mareado como asustado. Finalmente la loca carrera se detuvo con un brusco chapuzón en un improvisado charco de agua de lluvia. El barro, aunque no limpia como el jabón, sirvió para ablandar el cuerpo y destrabarlo de esa pequeña prisión. El murciélago sacudió barro y enojo y marchó en busca de otro hogar.

No había andado demasiado cuando se topó con una tortuga. La malaquita del caparazón le hizo sospechar que ese monte estaba plagado de caracoles. Pero una voz mansa y lenta lo detuvo cuando él casi remonta el vuelo.

-Amiguito, ¿te puedo ayudar?

El murciélago que estaba solo y desorientado pensó que un caracol tan grande y aplanado también podía ser de gran ayuda.

-Estoy buscando una casa- afirmó muy resuelto.

-Yo puedo prestarte la mía. Me duele la espalda por el peso y mi paso se hace cada vez más lento. ¡Quiero correr un poco!

-Gracias- dijo el murciélago. –Ya conozco la casa del caracol.

La tortuga se rió con muchas ganas y con tanta fuerza que su gran escudo cuadriculado se sacudió.

-Yo no soy caracol. Soy una tortuga. Esta es mi casa y mi escudo- dijo señalando con los ojitos la dura capa que lleva sobre su espalda.

El murciélago sobrevoló a la tortuga y vio que esta casa era plana y grande. Y le gustó. Se acercó a la tortuga como pidiendo permiso.

-Si querés, probá- dijo ella que entendió el gesto. Se sacó su caparazón y se fue de vacaciones. Finalmente ella podría correr y el murciélago, vivir en una casa tan grande y segura como una fortaleza, como un castillo.

El caparazón de la tortuga –capa dura con toda razón- impidió que el pequeño murciélago se moviera. Estuvo tres días tratando de arrastrar esa pesada casa, pesada como una fortaleza, como un castillo. Como pudo salió de allí, hizo un poco de gimnasia para recomponer las alitas y siguió su camino buscando una casa cómoda y segura.

Estaba cansado de casas que se llevan a cuestas, de casas pequeñas así que decidió probar con una gran casa.

Anduvo sobrevolando la tierra durante toda la noche. Esperaba encontrar su casita antes de que saliera el sol. Detrás de unos enormes matorrales halló un montículo rocoso. El sol ya estaba saliendo y, con él, se desperezaba el habitante solitario de ese hogar: el oso.

-¡Buenos días, Señor Oso!- saludó desde una sonrisa con colmillos filosos el murciélago.

El oso todavía con sueño apenas levantó su pata peluda.

-¿Va a estar fuera de su casa hoy?- preguntó sin más vueltas el murciélago.

-Me voy a pescar- respondió el oso tomando el aire de la mañana.

-Estoy buscando una casita cómoda y segura y... -.

-Si querés, probá con la mía, yo voy a estar pescando- invitó el oso.

Llegaba el día con toda su luz y su brillo de modo que el murciélago aprovechó la invitación del oso y se metió en su nueva casita.

¿Casita? Esta sí era una verdadera CASA, así con mayúsculas. Una casa grande y confortable. Él podía moverse allí, volaba. No tenía que enroscarse, no era aplastado y su cuerpito no se pinchaba con ramas punta de alfiler. Allí todo era oscuro. Grande. Frío. Allí estaba cómodo… y solo. Estaba solo en esa enorme casa de piedra fría.

Lo que al comienzo le pareció la casita de sus sueños se transformó en la mansión del terror. Tenía miedo. Tenía frío. Estaba solo y no encontraba de dónde colgarse.

Estuvo todo el día llorando y temblando, no sabía si de frío o de miedo.

Cuando por fin llegó la noche, abandonó la cueva del oso como una sombra fugitiva, volando.

Voló un ratito y de repente sintió un calorcito conocido. No eran los temidos rayos del sol. No. Era una tibieza que daba calma.

Estaba en la espesura del monte, allí donde ni los hábiles rayos de sol pueden llegar. Entre las oscuras hojas de unos árboles conocidos escuchó un chillido también conocido. Su mamá estaba emprolijando la rama donde se colgaría para pasar el día.

Voló con seguridad y se colgó con su cabeza hacia abajo, así no se mareaba como en la laberíntica casa del caracol. Sintió que unas alas de terciopelo negro –que no eran las suyas- lo envolvían, lo apretaban hasta formar un viviente cucurucho azabache. Su mamá lo estaba abrazando.

María Publishing.

Barranquilla, 10 de julio de 2013

Fuente: Escrito enviado por Valeria Badano y publicado en a la hora de la siesta" (2012), Enigma ediciones, Buenos Aires, Argentina.
Ilustraciones: Yanina Badano

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